Nuestra misión
« Lo que la Iglesia anuncia al mundo es el Logos de la esperanza (cf. 1 P 3,15); el hombre necesita la ‘gran esperanza’ para poder vivir el propio presente, la gran esperanza que es el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1). »
— Benedicto XVI (Verbum Domini §91)
En su vocación de discípulos de Cristo, los hermanos quieren ser, a pesar de su indignidad y fragilidad, auténticos hombres de Dios, dando testimonio de una intensa vida de oración, verdadero puente entre el Cielo y la tierra, e inagotable fuente de Esperanza para cada hombre que busca a Dios.
En su deseo de buscar a Cristo, Luz del mundo, los hermanos se consagran al estudio de la persona humana y de las Sagradas Escrituras con el fin de predicar el Evangelio, ayudando al hombre a descubrir el sentido profundo de su vida, que le permite ser plena y libremente lo que Dios ha contemplado de él, al crearlo.
En su sed de amar a su prójimo como Cristo, los hermanos acogen y aportan su ayuda concreta a todos aquellos que la Providencia pone en su camino, especialmente a aquellos que viven en la pobreza material o espiritual, y que han perdido la Esperanza.
Conscientes de que “un hermano unido a su hermano es como una ciudad fuerte” (Prov 18), y atentos al mensaje del Discípulo Amado de que “quien ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4), los hermanos viven juntos su amistad con Jesús, Verbo de Esperanza, en una vida de comunión fraterna.
Finalmente, sabiéndose hijos bien amados de la Virgen María, los hermanos se consagran, por el rezo diario del Santo Rosario, a Nuestra Señora de Guadalupe, “Estrella de la evangelización”, para que ella les alcance “una audacia de profetas y prudencia evangélica de Pastores” (Discurso de Juan Pablo II, el 28 de enero de 1979).