Vida de oración
« Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. »
— Salmo 42
La oración silenciosa y la adoración están en el corazón de cada jornada. Los hermanos inician cada día con una hora de adoración en comunidad, y otra en la tarde. Puntualmente les gusta tener más tiempos gratuitos de adoración e intercesión por el mundo. Para ellos, es una manera de permanecer con Aquél que es la fuente de su esperanza. Buscan hacer entrar a aquellos que se acercan a sus conventos en este contacto personal e íntimo con Cristo.
Los hermanos quieren poner su vida personal y comunitaria a la hora de la Cruz – “Ha llegado mi hora” (Jn 17) – a través de la celebración cotidiana de la Eucaristía. Aprenden así a ofrecerse con Jesús crucificado al poder del amor del Padre y de su victoria sobre el mal, para llegar a ser, cada vez más, testigos audaces de la esperanza que el mundo necesita. Haciendo partícipes a los fieles de estas celebraciones, los hermanos buscan introducirles en una liturgia sencilla y alegre, con un espíritu de adoración y de recogimiento.
Arraigados en la Tradición de la Iglesia y de la vida monástica, los hermanos rezan los principales oficios de la liturgia de las horas en comunidad, con una liturgia monástica, cantando en lengua vernácula y con melodías inspiradas del canto gregoriano.
Para convertirse en testigos de esta alegría del Evangelio, buscan vivir una evangelización constante de su persona y de su comunidad, en particular, gracias a sus votos de consejos evangélicos de pobreza, de castidad y de obediencia, consejos que el Espíritu Santo da a su Iglesia a través de Cristo y realiza de manera ejemplar en María, para que se convierta en la madre de sus votos.
Los hermanos reciben constantemente esta maternidad divina de María, por la autoridad misma de Jesús crucificado, como el gran secreto de su vida consagrada: “No estoy yo aquí que soy tu madre” (Nican Mopohua). Reciben diariamente a María para que ella los tome más y más con ella, y los engendre, en el Espíritu Santo, a una unidad cada vez más grande con la persona de Jesús: “un solo corazón y una sola alma” (Hch 2).
“Como expresión del puro amor, que vale más que cualquier obra, la vida contemplativa tiene también una extraordinaria eficacia apostólica y misionera.”
— San Juan Pablo II, Vita Consecrata, §59